
Anhelo tanto como consiento sin mi permiso. Sabiendo que nunca seré alguien más. Sin papeles, con un papiro de jeroglíficos tatuados a golpe de cariños en la patera del alma, soy.. Podrá el mundo fundirse en el fuego de fatuas perdiciones y llevarme a los vértices de esferas incandescentes. Podrá el hielo revolverse en inmensos cubitos de momentos y vestirme de estatua intencionada.
A veces lloro.. Y lloro sin querer parar el llanto de la dulce muerte que alimenta mi vida, desatada de sensibilidad sin cruces ni avenidas. Aquella que crece en lo inhóspito del desierto y se acurruca en los estrechos recovecos suaves y frescos que habitan entre polvo de recuerdo y espejismos.
Mis lágrimas tienen el sabor de un hoy que no alcanzo a abrazar mientras aprieta la entrega incondicional de esta que suscribe. Van con ellas mis esencias paridas y aprendidas. Mis pares y mis nones. Toda mi existencia tangible y practicable en un mundo, mi mundo, sin apéndice; sin prólogo ni epílogo.
Y lloro.. Sin saber porqué ni para que soy tan indispensable allá en la nada. Pasaré a la posteridad por un encanto, por una mirada, por lo que encontré y entregué. Pero nunca, por pender de mis sueños el escapulario del olvido.